El pasado domingo, Alemania celebraba el Bundestagwahl, es decir, las elecciones generales al congreso para elegir nuevos diputados y nuevo Canciller. Y aunque los que me conocéis sabéis mi fobia a estar a menos de 100 metros a un político, decidí aprovechar esta ocasión para curiosear si al final todos los políticos son parte de la misma fauna. Total, aquí tengo la excusa de la lengua para hacerme la tonta.
En un
principio pensaba pasarme por la sede de la CDU (Christlich Demokratische
Union), vamos a ver que se cocía en el cotarro de Merkel, al final acabe
siguiendo el proceso electoral en un céntrico hotel berlinés, que se convirtió
durante esa jornada en el headquarters del imberbe Alternative fuer
Deutschland, el AfD, un partido político fundado hace poco más de un año y que
luchaba por lograr el ansiado 5% necesario para poder formar parte del
Bundestag.
Aunque se
quedaron con la miel en los labios al quedarse en el 4,8% y tendrán que esperar
otros cuatro años para volver a intentarlo, resulta esperanzador saber que este
partido logro, en unos pocos meses, convencer a casi tres millones de alemanes. Recordemos que, aunque sea un estereotipo, los alemanes son bastante
tradicionales y reacios a cambios (y quien crea lo contrario que se fije en la
campana política de Merkel que se ha basado en ello)
Dejando a un
lado el análisis de las ideas políticas de los seguidores de la AfD (euroescépticos
liberales de derechas con pinta de licenciado del ICADE), ya que en este
caso no tiene importancia, mi principal conclusión de la noche estaba dedicada
a la situación política de mi país. Las comparaciones son odiosas, lo se.
Llama la atención
que mientras que en España, los ciudadanos han salido a la calle con bastante
asiduidad a mostrar su descontento con el actual gobierno y, en general, con la
situación política; este descontento no se ha visto reflejado en las urnas. De
hecho, no fue hasta hace unos meses cuando algunos integrantes del movimiento de
15M empezaron a plantearse la posibilidad de fundar un nuevo partido político
(y solo se lo han planteado tras el éxito del partido del Movimiento Cinco
Estrellas), totalmente lo contrario a lo que hicieron sus compatriotas alemanes
que fundaron un partido político en plena crisis económica y siendo conscientes
de la dificultad de superar los 3 millones de votantes. Durante la víspera del
domingo, los principales líderes del partido agradecieron a sus seguidores el
apoyo y, aunque al final de la noche reinaba un ambiente de tristeza en una
sala que tras conocer los primeros recuentos se había ido vaciando, aceptaron
el resultado con ganas de seguir intentándolo, agradeciendo el arduo trabajo de
los meses anteriores y sobre todo, remarcando que su idea de la posibilidad de
acabar con el sistema bipartidista alemán era posible.
Esa específica y
definida idea, el hecho de ser capaz de dar una opción, de luchar por unos
ideales, fue la conclusión que saque de esa jornada que en apariencia no difería
de la que se podría dar en cualquier sede de un partido español. Sin embargo,
esa esencia que flotaba en el aire, el perfume de luchar para ganar (por
supuesto) pero sobre todo porque creían en el cambio, fue la que se me quedo
impregnada. Ojala mis políticos, mis ciudadanos sean capaces de llegar a la
misma conclusión. Está claro que la meta, el fin, es la victoria pero esta
nunca se alcanzara si uno no se da cuenta que para ello hay que recorrer un
camino.
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