El pasado domingo, Alemania celebraba el Bundestagwahl, es decir, las elecciones generales al congreso para elegir nuevos diputados y nuevo Canciller. Y aunque los que me conocéis sabéis mi fobia a estar a menos de 100 metros a un político, decidí aprovechar esta ocasión para curiosear si al final todos los políticos son parte de la misma fauna. Total, aquí tengo la excusa de la lengua para hacerme la tonta.
En un
principio pensaba pasarme por la sede de la CDU (Christlich Demokratische
Union), vamos a ver que se cocía en el cotarro de Merkel, al final acabe
siguiendo el proceso electoral en un céntrico hotel berlinés, que se convirtió
durante esa jornada en el headquarters del imberbe Alternative fuer
Deutschland, el AfD, un partido político fundado hace poco más de un año y que
luchaba por lograr el ansiado 5% necesario para poder formar parte del
Bundestag.

Dejando a un
lado el análisis de las ideas políticas de los seguidores de la AfD (euroescépticos
liberales de derechas con pinta de licenciado del ICADE), ya que en este
caso no tiene importancia, mi principal conclusión de la noche estaba dedicada
a la situación política de mi país. Las comparaciones son odiosas, lo se.

Esa específica y
definida idea, el hecho de ser capaz de dar una opción, de luchar por unos
ideales, fue la conclusión que saque de esa jornada que en apariencia no difería
de la que se podría dar en cualquier sede de un partido español. Sin embargo,
esa esencia que flotaba en el aire, el perfume de luchar para ganar (por
supuesto) pero sobre todo porque creían en el cambio, fue la que se me quedo
impregnada. Ojala mis políticos, mis ciudadanos sean capaces de llegar a la
misma conclusión. Está claro que la meta, el fin, es la victoria pero esta
nunca se alcanzara si uno no se da cuenta que para ello hay que recorrer un
camino.
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